PRIMER AÑO DE SU MUERTE

MISA DE PRIMER AÑO-MUERTE PADRE CHUY
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(San Diego, 27 de septiembre de 2022)

P. Daniel Albarrán
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Érase una vez…

Es que esa manera de empezar a hablar para contar algo hace que nuestro cerebro se prepare y se disponga para una cosa nueva.  Y  la imaginación empieza a hacer su trabajo de elaboración, porque aún cuando se trate del mismo cuento, no es la misma elaboración, que es un juego del cerebro, que hace que eso mismo sea lo mismo pero enriquecido, y que lo que es viejo siga siendo nuevo. En ese sentido, nunca de nunca hay cuento viejo, porque lo bueno que tienen los relatos es que siempre tienen algo nuevo en su historia, que es la elaboración mental que se le coloca cada vez que los escuchamos; eso nos hace siempre jóvenes, más bien, niños en la fantasía que pareciera que es la primera vez que lo oímos, y nos entusiasmamos de volverlo a escuchar.  Un ejemplo son las parábolas de Jesús que nunca pierden vigencia, a pesar de lo vieja de por lo menos dos mil y tantos años. Y, en cuanto a la literatura universal ahí están tantos de tantos como, por ejemplo, La Caperucita roja.

Y el cuento de hoy es del cuento del padre Chuy. ¿Otra vez el mismo cuento? Eso fue el año pasado, y justo aquí. ¿Otra vez lo mismo? Pues, sí. Hoy, precisamente, cumple un año. Y es el mismito cuento de la muerte y del muerto. 

¿Qué decir de nuevo? De la muerte, absolutamente, nada; porque la muerte sigue siendo un misterio, aunque, últimamente, hay una corriente de moda que dice que la muerte no existe. Y, me atrevo a pensar que sí existe, porque yo he visto muertos y he sentido muertos a mis seres queridos, además los he visto pálidos y sin expresión facial, y desde entonces  ya no los he visto más. Y algunos de ellos me hacen una falta grande, tan grande, que a veces hasta me duele una cosa así como en el corazón, de la falta que me hacen. 

En todo caso, ¿Se podría decir, entonces, que la muerte es una ladrona, porque es mujer, es la muerte, en femenino? ¡Susto! ¡Que barbaridad! No porque sea mujer, sino porque sea ladrona, la muerte, que nos roba a nuestros seres queridos.

Pero, si vamos al texto bíblico que dice que Dios vio que todo lo que había creado era bueno, super bueno, la muerte, entonces, no es una ladrona. Al contrario, es una obra creada por Dios que obedece al mismo Dios, porque su obra es obedecer. Pero, mejor digamos que es un misterio. Y no hablemos de ella. Y digamos, más bien: “Cállese, mijo; no hable de lo que no sabe”. Además, “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (San Juan 3, 13).

Ahhhhhhhh…entonces, ¿Vamos a hablar del muerto?

Solo digamos de lo que sucedió después del muerto. Y, en mi caso particular del libro que escribí con el título “EL HOMBRE QUE NO TENÍA APUROS”.

Lo que sucedió fue que “la vida de da sorpresas, sorpresas te da la vida”, como dice la canción, porque, ¿Quién iba a pensar que aquel mangas-miadas del Chuy iba a darse el lujo de que alguien escribiera un libro sobre él? Tenía que ser otro mangas-miadas, igual que él. Aunque el libro no es una biografía de Chuy, y eso se dijo en el comienzo del libro.  Por cierto, el día que se bautizaba el libro en la curia diocesana y de la presentación oficial del libro por parte del señor Obispo, Mons. Jorge Quintero, un sacerdote me hizo la siguiente petición:

¡Padre Daniel….el día que yo pele bolas…me escribe un libro, por favor!

Y, nos reímos porque sí.

Y, ¿Qué cuenta el libro sobre Chuy?
De Chuy, casi nada. Solo cuenta que Chuy vivía como un hombre que no tenía apuros, y que tenía como lema de vida la impactante recomendación de Jesús, de NO OS PREOCUPÉIS. Se resalta que Chuy lo decía con el zezeo propio de un español y con el salibeo típico de un campesino, cosa que hacía que el que lo escuchaba soltara de inmediato la carcajada. La carcajada era el fruto de la sorpresa de escuchar a Jesús de que no había que preocuparse, en la ocurrencia de Chuy. Era simpático porque era la dulzura de Jesús junto con la manera campesina de Chuy, que hacían un juego sorpresivo al oído. Y, todo el libro es eso. 

Eso por una parte, porque el libro ha generado algunas reacciones y efectos en los que han tenido la oportunidad de leerlo:

En mi hermana, por ejemplo, ha generado el siguiente comentario: hay una especie de triángulo en los personajes del libro, dice ella. Por un lado, está el padre Chuy, del que casi no se habla; por otro lado, está Monseñor, el Obispo, de quien, tampoco, casi no se habla, pero que queda plasmado impresionantemente en el libro, y que pasa a ser el personaje principal, que va callado y sufrido caminando cuando llevan al padre Chuy en hombros en la última vuelta por la plaza del pueblo de San Diego. Entonces, uno va queriendo al padre Chuy, y va queriendo, también, al Obispo, de manera muy sutil, y de manera como mágica. Y, el tercer personaje es el autor, que va contando y que también se mete en la caminata, y que, también, va sufriendo en silencio, como personaje, pero, también, como autor porque es el que va contando todo lo que está sucediendo. Y, no se sabe de cuál de los tres es de quien se habla, aunque los tres van ahí. Se genera un triángulo de Chuy-Obispo-autor, en el que no se habla de uno en específico, pero se habla de los tres al mismo tiempo. ¡Profundo! En donde es tan humilde el Obispo que va ahí, como el padre Chuy, a quien llevan en hombros, y no se sabe precisar, si llora uno por Chuy o por el Obispo que debe ir sufriendo por la muerte de su amigo; porque, se siente de inmediato, que los dos, o los tres, son buenos amigos y se quieren. Eso genera, igualmente, que se les quiera a los tres, sin saber a quién más de los tres se les quiere justo en el relato, al menos en los cuatro primeros capítulos. Eso dice ella. Y ella dice que ha vuelto a leer el libro, precisamente, por eso. Y ese es otro efecto real del libro que hace que el padre Chuy trascienda. De lo contrario, hubiera sido sin pena ni gloria. Y esta misa aniversario es eso mismo.

Otros, apenas leen el título y se quedan pensativos, aún sin saber de quien se trata el libro. Y, es que piensan en eso de “El hombre que no tenía apuros”, y muchos dan un profundo suspiro, porque, tal vez, comprendan que ellos andan apurados, y aquello, ya, les toca en sus realidades afanosas de la vida. Algunos solo miran la portada y la vuelven a voltear y miran enganchados, al menos, por el título. De hecho, un amigo, director de un colegio privado en Puerto la Cruz, cuando le regalé un ejemplar del libro, dijo, después de mirar al derecho y al revés el libro:

¡Eso aplica para mí…que ando muy estresado por las cosas del colegio!

Y se prometió leerlo en esos mismos días inmediatos; aunque, me atrevo a pensar que no tuvo tiempo. Dos semanas después estaba hospitalizado porque le había dado una trombosis cerebral por exceso de trabajo, decían los médicos. Y, me dio pena preguntar si había leído el libro. Tampoco es que si lo hubiera leído no se iba a enfermar, así como si el libro se tratara de un ungüento como si fuera Vick VapoRub, o mentol,  que con una untada se le iba a quitar todo. Ya se ha ido reestableciendo, el amigo, tanto, de salud, como en el trabajo, con auto-promesas de bajarle dos al estrés del trabajo. ¡Dios lo bendiga y lo cuide! Amén.

Otra reacción y efecto del libro.
A medida que se iba escribiendo cada capítulo se mandaba por wasap. Muchos lo iban leyendo, así en una de caliente-calientico, como “pan recién salido del horno”. Se iba escribiendo directamente en el teléfono celular, aunque el primer capítulo se escribió en la computadora de mi sobrina y de mi cuñada, el lunes de esa semana, que fue la semana siguiente del fallecimiento. De manera que ya algunos sabían de primera mano el contenido, de entre ellos, el señor Obispo, Monseñor Jorge Quintero, quien los iba leyendo en el grupo-wasap de los sacerdotes de la Diócesis de Barcelona. Este detalle es importante porque cuando llamé por teléfono para pedirle una cita al señor Obispo y conversar sobre el libro y pedir su aprobación para llevarlo a la impresión, Monseñor Jorge Quintero, inmediatamente, dijo:

¡Ya está aprobado! Recuerda que lo leí. 

Y, no hizo falta que me diera la cita para conversar. Enseguida, le pedí, de por favor, si quería hacerle el prólogo al libro. Y, no se hizo del rogar, aceptando con una alegría de muchacho con juguetes nuevos. Eso fue tan bonito y especial. Y, yo, ahhhhhhhh…pues… estaba mas contento que jubilado de pensión con tres meses aguinaldo.

Es que eran, ya, los efectos inmediatos de el libro “El hombre que no tenía apuros”. Faltaba, ahora, quien financiara y diera la platica para la publicación, cosa que fue otra gran sorpresa.

Otro de los efectos estuvo en que una de las señoras de la parroquia, que también iba leyendo cada día el capítulo que se mandaba, me llegó llorando, muy afligida y arrepentida:

¡Padre….me siento muy mal!...y la señora lloraba, más bien, compungida.

¡Yo nunca traté bien al padre Chuy cuando estuvo de párroco, aquí, en la parroquia. Y, hasta hablé muy mal de él.

¡Y, ni siquiera, fui capaz de traerle una sopita…sabiendo, yo, que a veces él no tenía nada qué comer. 

¡Pero…no era mi culpa! Era que yo tenía que hacer lo que las del grupo…(y en este punto, la señora empezó a nombrar a esta y a aquella que tenían una campaña en contra del padre con carta al Obispo de entonces, porque, según ellas, el padre no sabía ni hablar cuando hacía las homilías, y tenía una tosecita constante que hacía pensar que estaba tuberculoso). 

Y, la señora hizo referencia al libro. Es que le había impactado la idea del primer capítulo, de que el padre Chuy podría hasta ser santo. Es de imaginar el susto de saberse que había ofendido un santo en vida. Y, por ese hecho, yo esperaba que se acercaran algunas más de ese grupo, por lo menos, asustadas. 

A los dos días, la misma señora llegó con una taza de sopa para mí, el párroco de ahora, en la misma parroquia. Y, pensé, que era gracias al padre Chuy, y al libro, por supuesto. Estaba bien sabrosa la sopa, y en nombre de Chuy la disfruté hasta la última cucharada. Ya se me está haciendo agua la boca al recordarlo, a Chuy y a la sopa. ¡Lástima que le duró poco a la señora el dolor porque no volvió con más sopa!

Dijimos que íbamos a hablar no del muerto, sino del libro. Y, ya, hoy, es un año. 

O, sea, ¿Que si no hubiera habido el muerto, no habría habido el libro? Creo que no, porque el libro trata del hombre que no tenía apuros, que era Chuy, que, no porque era padre o sacerdote no tenía apuros; sino, más bien, porque era Chuy, así, sin apuros. Así era. Y, fue el proceder de Chuy, lo que inspiró que se escribiera. No se programó. Ni siquiera se había ocurrido antes. Fue en ese momento, de los momentos que uno no sabe cómo explicar. Así. Así. Sucedió. Sin apuros, pero ligerito, porque son las cosas que suceden. ¡Y, qué bonito que haya sucedido el libro! ¡Y, más bonito, que haya sido Chuy, porque Dios escribe derecho con líneas torcidas; y son las cosas de Dios que hace crecer a los humildes!

Otro efecto: una señora de Barcelona había leído el libro, ya, en papel. En esos días en que a uno se le viene el mundo encima, y todo parece estar al revés, por tantas cosas juntas…que si no alcanza el dinero porque todo está como está, le habían chocado el carro, y un sinfín de pesares, llevaba ya tres-cuatro días sin dormir. Una madrugada se le vino al recuerdo la expresión de No OS PREOCUPÉIS. Y la repitió, recordando lo del libro y lo del padre Chuy. Y, ella dijo, que, en cierta manera, pudo medio sosegar su angustia en medio de la noche, además de sonreír al imaginarse a Chuy en el cuento del libro cuando se dijo “esta joda no es pa’ mi”, en la angustia de si se  quedaba o no en el seminario en aquel momento tan largo de si había, o no, una habitación disponible para aquel que venía de Trujillo, y que, tal vez, llevaba unas arepas de harina de trigo en la maleta, que era demasiado grande para la poca ropita que traía. ¡Era lo que había!

¿Entonces?

Nada.
 Ya una parte está dicha. Y ese fue el cuento del mismo cuento. Pero, ¡No ha hablado del padre Chuy! ¡Eso no se vale! ¡Hábleme del padre Chuy! Eso ya será otro cuento, porque éste ya se está acabando.

Simplemente, que NO OS PREOCUPÉIS.

Y, colorín-colorado; este cuento se ha acabado.

Fin

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