CUARTO CAPÍTULO

 CUARTO CAPÍTULO

DEL AMIGO


 A la hora de describir al padre Chuy…

Empecé a decir yo con micrófono en mano, con la condición que hablara poquito, y en ese momento el maestro de ceremonias de la liturgia se me había acercado para susurrarme al oído que hablara más fuerte porque casi no se escuchaba, quitándome el tapaboca para facilitar la audición, seguí hablando, aunque, prácticamente, apenas había empezado.

En ese momento el señor Domingo estaba apoyado desde afuera en una de las ventanas del templo. El señor Domingo era el amigo cercano del padre Chuy, que últimamente lo llevaba y lo traía para todas partes en su carro, y hacía sin ninguna otra ganancia que la de prestar un servicio al amigo que requería ir y venir en sus actividades pastorales. Hay siempre los buenos cireneos que Dios pone en el camino de los sacerdotes en la atención de sus obligaciones. El señor Domingo lo había sido. Entonces, lo primero que dije, fue:

 Mis condolencias al señor Domingo, el chofer del padre Chuy.

Y, el señor Domingo asintió afirmativamente con un movimiento de cabeza y una inclinación, y agradeció desde la ventana donde estaba y apoyaba sus manos en el soporte inferior de la ventana, con sus manos entrelazadas. Yo estaba nervioso por lo de la petición de que hablara poquito. Lo importante es que fuera, aunque poquito, un poquito para hablar del amigo antes de dejar de verlo, al pasar a la tierra donde se llevaría su realidad.

 A la hora de resumir al padre Chuy – y estaba sorprendido porque hacía una hora y media antes yo no podía casi ni hablar, y, ahora, estaba ligerito de palabra. El feedback del sonido de la iglesia me daba seguridad al escucharme a mí mismo y saberme que estaba tranquilo.

Empecé a contar lo que en nuestras conversaciones hablábamos, así como cuando fue al seminario mayor a estudiar filosofía. Al terminar el primer año se retiró. Y, volvió tres años después a continuar con el segundo año, para volver a retirarse al final del curso. Y, volver dos años más tarde, a terminar, por fin, la filosofía en el seminario que son de tres años. Los que habían comenzado con él ya tenían tiempo de ordenados sacerdotes, y muchos habían sido sus compañeros de curso, lo llamaban el viejo Chuy, porque era conocido por todos y de todos, alguna vez, había sido su compañero de clases. En todo caso, lo que se hace en tres años de estudio consecutivo, Chuy lo había hecho casi en diez años, no tanto porque fuera escaso de mollera, sino porque interrumpía la secuencia en tiempo. En esos ínterin de tiempos y tiempos, Chuy, había trabajado como maestro en una escuela de los caseríos de la Quebrada, allá, en Trujillo; y en la última vez, había trabajado como persona de confianza en una de las posadas turísticas de su pueblo, y era el encargado del personal de limpieza. Para cuando recibió la propuesta de ir a estudiar la teología, que serían otros cuatro años, un sacerdote amigo suyo, también trujillano, Mons. Oscar Rodríguez, y que era párroco en la parroquia San Juan Bautista, de Aragua de Barcelona, y gran promotor de las vocaciones sacerdotales, por iniciativa propia en esta tarea tan encomiable, se vino, primero, a conocer al Obispo, Mons. César Ortega, quedando a la espera del inicio del nuevo año escolar que sería hacia el mes de septiembre. Y, se volvió a Trujillo a esperar, mientras seguía trabajando en el hospedaje. Es necesario apuntar que, si él me contó que había sido en varios seminarios lo de la filosofía, que de tres años se le fueron en casi diez, si me lo contó, no lo recuerdo; o, por lo menos, siempre supuse que era en el mismo seminario, porque, a veces, uno oye, y no oye, o si oye, una cosa es lo que uno oye y uno va suponiendo que va diciendo. De allí que sean dos cosas distintas lo que se dice y lo que se inventa uno de lo que le cuentan.

 Jesús Barrios…Chuy…véngase al seminario – lo llamó su promotor vocacional, Mons. Oscar Rodríguez, desde Aragua de Barcelona. La invitación era para irse al seminario de Maturín. Era comienzos del mes de septiembre.

Y, aquí comienza una parte de la historia que me parece muy simpática y jocosa, además de profunda, por lo que hay de implícito en la escucha y en la respuesta de la vocación sacerdotal y del llamado de Dios. Parece una simplicidad, y lo es. Parece, igualmente, mucha espiritualidad en lo aparentemente torpe.

Es de hacer notar, para ser fieles a los acontecimientos, que todo esto que estoy diciendo ahora no lo dije cuando me dieron la oportunidad de hablar del amigo, porque de haberlo dicho en ese momento, se nos descompone de una vez por todas el cuerpo del difunto delante de nosotros, y aquello hubiera sido terrible, por lo largo del cuento de lo que estoy ahora diciendo. Lo que conté ese día fue el cuento de la ida al seminario, y no las reflexiones que junto con el cuento ahora hago. Sigamos con el cuento.

Chuy, o sea, Jesús Barrios, fue llamado a presentarse en el seminario. Es de imaginarse que a través de razones en razones hasta que le llegó la información al propio interesado; es decir, éste, que recibió la llamada telefónica le dio razón a aquel otro para que se la pasara al otro, tal vez de la familia, para que entre este y otros le llegara la noticia que lo estaban esperando en el seminario de Maturín, que era lo que se había convenido. La cadena de razón en razón es porque es de suponer que en el pueblo de la Quebrada no había teléfono, y, tal vez, tampoco en el caserío El Corozo donde vivía la familia Barrios Viloria, allá, en casa del señor Francisco Javier Barrios Moreno y María Filomena Viloria, los padres del joven, ya entrado en cierta edad, Jesús del Carmen, a quien llamaban Chuy. Y es en que en algunos lugares a los que se llaman Jesús los apodan “Chucho”, o, “Chuy”. El caso es que tenía que estar en Maturín.

 ¡Aquí estoy!

 ¡Chuy…que alegría de verlo…qué hace por aquí!

Llevaría sus tres o cuatro mudas de ropa en una maleta emprestada. Tampoco sería mucha la ropa, y a lo mejor, sería mucha maleta para tan poca ropa. De haber sido yo, hubiera metido en la maleta unas cinco arepas de harina de trigo, sin rellenar de nada, porque, a lo mejor no habría con qué rellenar, o, porque se me podría dañar la maleta al fermentarse la harina cocida. Esas arepitas hubieran sido un mientras tanto en el viaje, o para un completar en la habitación del seminario. A lo mejor, Chuy, sí llevaba en la maleta algunas arepitas, o algunas catalinas, de color negro por el papelón con que se hacen, y que allá en Los Andes las llamamos paledonias, y en todas partes de Venezuela las llaman de otro nombre, que no es oportuno decir aquí, sino decir que eran negras.

 ¡Me dijeron que me viniera … y aquí estoy!

 ¡¿Y, quién lo llamó, y le dijo?!

Es de suponer, aquí, que soltaría su carcajada típica, de entre infantil y como de “mangas miadas” como el mismo se auto describía, y decía que era así como a veces lo llamaba su mamá. Siempre las madres tienen sus modalidades de llamar a sus hijos, que es más que puro amor de madre. Sé de una señora que llamaba a sus hijas “bachaquitas”, y era de puro amor. Así podría haber sido la risita de Chuy en una bienvenida inesperada en el seminario de Maturín, por su antiguo compañero de filosofía, y que ahora ejercía el oficio de rector del seminario. ¡Las sorpresas que da la vida!

 ¡Oye, vale… pero no tenemos habitación disponible! – fue la primera reacción ante aquella visita que no se esperaba. A este punto, Chuy, volvería a sonreír, y, ahora, ya no como “mangas miadas”, sino como “quijadas caídas”.

 ¡Pues, entonces, me vuelvo pa’ Trujillo! – y deseó, verdaderamente, regresarse, con sonrisita y todo. La cosa era así de sencilla. Si no hay; no hay. En ese momento yo hubiera pensado en mis arepitas de harina de trigo que estaban en la maleta.

En este punto, no a lo de las arepitas, sino en lo de la posibilidad de regresarse a Trujillo porque, quizás, no habría habitación disponible, se me viene a la cabeza la idea de “un ángel”; es decir, justo en ese momento, Chuy, necesitaba de un ángel. Por supuesto, que todos, de inmediato pensamos en una figura blanca, con alas y corona refulgente como aureola en su cabeza, y hablando armoniosamente. No. En esa figura; no. En un ángel en su auténtico sentido, en el ángel de los cinco primeros libros de la Biblia, desde el Génesis hasta el Deuteronomio; y no en el ángel del libro del Apocalipsis, que es la idea que todos tenemos de “ángel”. Más, aún, podría decirse en el ángel del Antiguo Testamento, al menos el ángel de la Torá. De ese ángel, porque es curioso y revelador cómo aparecen los ángeles en esos cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, la primera vez que aparece un ángel, es en relación en una toma de decisiones, y es con Agar, la esclava egipcia, que había salido embarazada de Abraham, según el libro del Génesis (16, 7-11), y que estaba huyendo de su ama, Sara, a quien odiaba por haber dispuesto que Abraham estuviera con ella, con sus resultados, de quedar embarazada, además del maltrato de Sara hacia ella, precisamente, por haber salido embarazada. Entonces, Agar, huye. Es cuando el ángel de Yahveh – dice el texto – y le dice: “Agar… ¿de dónde vienes y a dónde vas?”. Contestó ella: “voy huyendo de la presencia de mi señora Saray”. “Vuelve a tu señora, le dijo el Ángel de Yahveh, y sométete a ella”. Lo interesante de todo esto es que nunca antes se había aparecido un Ángel de Yahveh, a nadie; sino que es a Agar; y otras dos veces más, igualmente, es Agar; ni siquiera a Abraham ni a Sara. La segunda vez que se le aparece un Ángel de Yahveh a Agar es cuando Sara, después que Sara vio que Ismael, el hijo de Abraham con Agar, jugaba con su hijo Isaac; entonces, Sara, hace, que Abraham bote a Agar de la casa (Ge. 21, 17), porque no podía permitir que su hijo libre jugara con el hijo de la esclava. Se aparece un ángel. Lo más interesante, aún más, es que no describe cómo era el ángel. Ese es el ángel del Antiguo Testamente, sin descripción. ¿Quién, cómo, qué era un Ángel de Yahveh? Quizás cualquier persona que hace volver a la realidad para no perder el contacto con la realidad, para seguir con los pies en la tierra, que, en el caso de Agar, era que volviera y se sometiera a su ama, porque, además, no tenía a dónde ir, en el primer caso de la aparición del ángel; además Agar estaba embarazada. Y, hay casos, igualmente, en los cinco primeros libros de la Biblia, en donde ha faltado un ángel, como en el caso de Esaú que le vende la progenitura a su hermano Jacob, que era una lanza y se las sabía todas. Faltó un ángel que dijera e hiciera volver a la realidad. Esaú después se lamenta. Hasta podríamos decir que a la misma Eva le faltó un ángel, para que la hiciera ver que ella no tenía hambre y que podía comer de todos los árboles del jardín, menos del árbol prohibido, por supuesto. Y, añadiendo otro interesante a los que ya hemos dicho, es que siempre el ángel aparece cuando hay que tomar una decisión. Eso es revelador. Y, me quedo con el ángel de la Torá, y salto hasta el ángel del Evangelio de San Lucas, porque, ahí también, el ángel que se le presenta a la Virgen, es un ángel que se presenta en una toma de decisiones, e, igualmente, no aparece ninguna descripción de cómo era un ángel. El caso es, que, en este punto, Chuy, necesitaba un ángel en una toma de decisión inmediata, o de quedarse un ratico más, esperando; o la de manera impulsiva, regresarse pa’ Trujillo. Y, se le presentó un ángel, como ya veremos; pero un ángel a la modalidad del Antiguo Testamento, y no a lo del libro del Apocalipsis, y que descubriremos, en sorpresa, en este mismo capítulo.

Y, él me contaba, y yo reía cuando me lo contaba, que, el se dijo en ese instante:

 ¡Está joda, definitivamente, no es pa’ mí!

Cuando en la parroquia San Diego yo estaba contando eso, por supuesto, que no dije la palabra que él dijo y que a mí me causaba tanta risa. De haberlo dicho, de seguro, que el muerto por un lado y yo por la puerta principal porque me hubieran sacado. Y dije que no podía decir esa palabra, pero si dije lo que continúa.

El rector, entonces, llamó al Obispo de la Diócesis de Barcelona, Mons. César Ortega, y le informó que ahí, en Maturín, estaba Jesús del Carmen Barrios Viloria, y que venía desde Trujillo mandado por la Diócesis de Barcelona, para empezar a estudiar la teología.

 ¡Nooooo! Yo, no lo he llamado…ni lo he mandado! – fue la reacción del Obispo ante el hecho de la sorpresa de saberse no sabedor de esa llamada.

Y, hablaron el rector del seminario de Maturín y el Obispo de Barcelona. Y, Chuy, oía la conversación.

 ¡Está joda, definitivamente, no es pa’ mí! –

volvía a decirse Jesús Barrios, que a estas alturas no sabemos si en los pasillos del seminario, o si en la portería de entrada, o si en el comedor, o si en la rectoría. Ya era muy tarde para preguntarle ese detalle, o si me lo contó, que debió contármelo, no lo preciso en mi memoria del amigo, tal vez, porque estábamos interesado en saber si se quedaba o no se quedaba. Lo que sí recuerdo es que nos reímos y lo disfrutamos cuando me lo contó, como si dos niños contaran sus travesuras tras una fiesta de carcajadas, para seguir contando y seguir riendo los dos juntos de las ocurrencias que se iban relatando. Y, justo, aquí, habría que volver a citar lo de Agar, pero, en la situación personal, en ya no en Agar, sino en Chuy, al teologizar con: “Agar… ¿de dónde vienes y a dónde vas?”; y, es cuando parece que es una simplicidad; pero, es, más bien, mucha profundidad.

 ¡¿Y, qué pasó…?! – le dije en ascuas por el suspenso en qué me tenía. Y con ello pasamos del escenario del seminario y de la llamada del rector al Obispo al escenario de nuestra conversación en este cuento que estoy contando en este momento, para que sean tres los escenarios y cada cual siga imaginando y suponiendo, que es lo más importante de todo.

Entonces, el rector salió a dar la cara por Jesús Barrios, su antiguo compañero de seminario, y que a partir de ese detalle pasó a ser, ahora, su superior, ya que el rector alegó a favor de Chuy, que lo conocía desde hacía tiempo, y fundamentó en el alegato que habían sido compañeros de seminario.

 ¡Yo lo conozco, su Excelencia! – dijo el rector. Y eso era más que suficiente y no había más carta de presentación ni carta de buena conducta que esa. Los campesinos de Los Andes llaman a eso “crédito”. Era el primer crédito en la cuenta de la nueva cuenta que Chuy abría en el seminario de Maturín. Y, el rector, de ahora, y su compañero de clases de ayer, fue el ángel en aquella toma de decisiones; en un ángel real, propio de la Torá.

O, sea, un comenzar otra vez.

Y, dije otra cosa más, allá, en San Diego. Pero, va a ser para otro capítulo.


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