TERCER CAPÍTULO
TERCER CAPÍTULO
EL DÍA MIÉRCOLES
Estábamos donde estábamos, y éramos los que estábamos. No hacía falta nadie más y tampoco nadie sobraba. “Así como íbamos, íbamos bien, decía la loca, y la llevaban de los cabellos”, dice el refrán.
Todo estaba perfecto.
Empezó la ceremonia litúrgica de misa de exequias de cuerpo presente. Estaba el difunto. Estaba el ministro consagrado para realizar el servicio religioso, aunque en este caso había más de un ministro consagrado, porque estábamos una buena representación. Y estaba el Obispo de la diócesis. También estaban los músicos que iban cantando sus canciones religiosas de esperanza. Y estaban los curiosos que ni siquiera habrían conocido al difunto, pero que no podían faltar, porque por eso es que son curiosos, e, igualmente, estarían llorando, porque “a donde fueres, haz lo que vieres”, ya que así son las cosas. Y si no fueran así, igualmente, así serían las cosas.
Es interesante descubrir la importancia que tienen las cosas en sus justos lugares, pues, en dé hacia media hora antes, que era llanto y llorar, ahora, apenas transcurrido media hora, ya se sentía una cierta serenidad y conformidad, como dicen algunos campesinos, en estos trances de dolor y de situación de despedida de un familiar al que se está en velatorio. Y tiene que ser así, porque, si a esas alturas de la media hora después se estuviese llorando como se estuvo hacía media hora, podría mostrar, más bien, algún desajuste emocional de los que allí estábamos en lo que a lo que fuimos. No se negaba que se lloraba; pero se lloraba distinto.
Todo iba fluyendo. La ceremonia litúrgica ayudaba a equilibrar las sensaciones y las emociones, y todo seguía su curso. Nosotros en vías de equilibrio, y el difunto en espera de ir a la tierra de donde venimos y a donde vamos, y en un hay que hacerlo pronto porque el cuerpo se está descomponiendo, y está dando señales de llegar al límite de poder mirarlo, y es mejor que eso suceda ya en la tierra dentro donde nadie vea, respetándole al difunto ese derecho de privacidad, por lo menos en esos momentos de la naturaleza que es tan sabia, y de la que hemos aprendido que hay que respetar. Cada cosa en su lugar.
En el momento oportuno, que fue al comienzo, se le puso al difunto, encima de la caja del ataúd una casulla de color morado. La casulla es uno de los ornamentos litúrgicos que usa el sacerdote para celebrar la misa. Hubiera sido bueno que le hubiesen colocado, también, la estola de color blanco, más bien, al igual que la casulla, igual, de color blanco. La estola es lo que lo representa y simboliza sacramentalmente como sacerdote. Pero, el maestro de ceremonias litúrgicas es el que sabe, y si él dijo e hizo que se hiciera así, es porque así es, para confirmar la idea de cada cosa en su lugar, ya que para ello están todos los ordenamientos litúrgicos de los que el maestro de ceremonias tiene que consultar y regirse, y para eso, él estaba y era su gracia de estado, que le confería su oficio. Se le colocó, también, un misal abierto, encima de la casulla, y todo ello en la parte de abajo del ataúd donde estarían los pies, ya que la parte de arriba, que era la de la ventanilla, estaba abierta para seguir viendo la cara del difunto, por si alguno quería volverlo a ver. De hecho, dos o tres sacerdotes fueron a verlo y se estuvieron rato mirando, una vez comenzada la misa. Yo me quedaba con lo que había visto, y era suficiente. En el momento en que colocaban la casulla encima del ataúd llegué a pensar que hubiera sido bueno abrir el ataúd, sentar al muerto, y colocarle la casulla, pasándola por la cabeza y acomodándosela a modo a como se hubiese hecho en la sacristía cuando se hubiese estado revistiendo para salir a celebrar la misa. Y, me imaginaba todo aquello en ese proceso de revestir al muerto y me distraje en esa imagen, que no es sino de película al estilo de la película de “La familia Addans”, porque, además, era de imaginar quién se podría atrever a hacerlo, sobre todo, a esas alturas del proceso de descomposición. Todo era cuestión de volver a la realidad.
Entonces, en la oración el Obispo dijo, según el ritual litúrgico:
Misal con el que celebró la Eucaristía…y…celebre, ahora, en el cielo…
Y, aquello último me dejó pensativo:
¡¿Será que, en el cielo, los sacerdotes vamos a celebrar la Eucaristía, la misa…?!
¡¿Cómo será eso?!
Y, me volví a distraer pensando y pensando de cómo será tooooodo eso. Y, procuré buscar mentalmente un pasaje bíblico de los evangelios donde apareciera algo de eso que hubiese dicho Jesús. Apareció, en ráfaga de recuerdo, que, tal vez en el momento de la institución de la Eucaristía, del jueves santo, cuando Jesús dijo que “no volvería a tomar del cáliz, hasta que lo hiciera al final de los tiempos”, o algo así. Empecé a dudar de si era así que aparece en los evangelios, o si era que me lo estaba inventando. Además, si aparece así en la oración que acababa de escuchar, y que aparece en el misal, es porque es así es la fórmula liturgica. Tiene que ser así. Y, seguía entretenido en mundos de un más allá que no es más que purito misterio.
Todo siguió en lo que estábamos.
Llegó el momento de la comunión. Y cuando los sacerdotes comulgábamos, de uno en uno y por turno, bajo las dos especies, del Cuerpo y la Sangre, después de haber comulgado yo, me le acerqué al señor Obispo para decirle que me diera unos minutos antes de terminar la misa para hablar unas palabras del sacerdote amigo, el padre Chuy. Me sorprendió que, apenas estaba comenzando a decirle mi petición, el señor Obispo movía afirmativamente su cabeza como en una aprobación esperada. Y, eso me gustó.
Todo siguió en una sencillez fluida, con naturalidad. Era el momento de la comunión y se iban acercando a recibir el cuerpo de Cristo, a la vez que se iba cantando en la fila, en un avance ceremonioso con caras tristes, porque así estaban siendo las cosas en ese momento.
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