CAPITULO DÉCIMO SEGUNDO
CAPITULO DÉCIMO SEGUNDO
EN EL COMER Y EN EL JUEGO
Una vez sabida la noticia de la muerte del padre Chuy, esa mañana del día martes 28 de septiembre, ante el mundo de cosas que suceden en la cabeza y en el corazón, mi primera reacción fue buscar en internet el libro de Manuel Carreño, titulado “El manual de urbanidad”, para buscar una idea que había leído. La idea era, más o menos, esta:
“Si quieres conocer a una persona, verdaderamente, invítalo a comer. Porque en el comer y en el juego se conoce a la persona”.
Esa era la idea, que, de manera, más bien, refleja apareció en mi memoria y en mi recuerdo en relación al padre Chuy. Busqué y busqué el libro en cuestión. Descargué uno que conseguí, y cuando lo abrí, no pude abrir ni manipular su contenido. Entonces, lo eliminé, y seguí buscando y buscando, y descargando. Lo que conseguía era tipo imagen jpg y de cosas de estilo de formato que en nada me ayudaban en mi búsqueda a la hora de poder acceder a sus contenidos. Me llevó su tiempo, tras fracaso en fracaso en mi búsqueda, con hallazgos fallidos.
Era que me llamaba mucho la atención la forma de comer el padre Chuy. Era meticuloso: primero, ordenaba cada cosa del plato en montoncitos separados: el arroz aparte, todo en un montoncito, bien ordenado; la carne o lo que había servido en el plato, en otro montoncito, como evitando que se mezclara con el arroz. Si había ensalada, otro tanto, con la ensalada. Se llevaba en eso u tiempito, porque, Chuy, “no andaba con apuros”.
Eso me llamaba, siempre, la atención; sobretodo, si se comparaba con otros que eran, más bien, afanados a la hora de comer.
Una vez hecho sus montoncitos, empezaba a comer, procurando que los montoncitos no se deshicieran en desorden; de manera que cuando él empezaba a comer, ya uno llevaba la mitad del plato vacío. Casi siempre era el último en sentarse porque era un poco hablador a su manera y modalidad. Se sentaba a la mesa, igualmente, conversando.
Las preguntas eran:
¿Por qué en el libro Manual de urbanidad de Manuel Carreño aparecía esa idea, precisamente, en eso de ser bien educado y como norma de urbanidad?
Lo primero que se me ocurría pensar era que es cuando comemos que nos manifestamos como somos. Y, como se trata de un instinto de conservación, porque se trata de alimentar el cuerpo, y ahí somos egoístas al preservar la comida que nos corresponde, expresamos cuánto tenemos de salvajes y de instintivos, y si hemos domesticado el animal que somos. No hay diferencia para que el sabe mucho, o si ejerce cargos en alta o baja sociedad. A la hora de comer, simplemente, somos como los animales, sin ninguna diferencia.
Algunos estaremos más o menos domesticados. Hay gente que tiene perros y cuando le van a dar la ración de comida los tienen tan bien entrenados que hacen que se sienten, y no empiezan a comer hasta que el amo no les da la señal de comer. Los amaestran y son perros civilizados, dice uno ante esa escuela. En cambio, cuando el perro no ha sido llevado en esa línea de formación, apenas sienten que llegó la comida, muchas veces hasta agreden al amo que busca alimentarlo.
Eso me llamaba la atención.
Lástima que no encontré lo que estaba buscando en internet.
Sé, también, de gente que tienen tan bien educados a sus perros, que cuando estos están comiendo hasta le meten la mano a la bandeja donde come el perro, y el perro dócilmente se queda quieto, sin ni siquiera gruñir. Entonces, me acordé de la letra de la canción del cantante brasileño, de:
Yo quisiera ser civilizados como los animales…
Me quedé pensativo. Muy pensativo. Y, volvía la primera inquietud de la noche del domingo que me trasnochó y que fue el inicio de este libro, en el eureka de mi sorpresa:
¡¿Y, si el padre Chuy era un santo?!
A estas alturas, ¿qué será de mi Sancho Panza, para que me ayude a no ver castillos donde solo hay molinos de viento?
Comentarios
Publicar un comentario