CAPITULO OCTAVO
CAPITULO OCTAVO
EL VIVO AL POLLO
“Nada nuevo bajo el sol”.
Lo que hoy es nuevo, ayer también lo fue. Y, ya sabemos dónde aparece esto a estas alturas de este libro sobre las simplicidades de la vida, que es en el libro del Eclesiastés.
Ya la tierra había engullido el cuerpo del que acabábamos de dejar en sus fauces, aunque estaba en una como gaveta de cemento, pero, igualmente, era bajo la tierra. Cada uno fue volviendo a parpadear para comprender que cada cosa en su lugar, y el nuestro era la vida que continuaba, porque la de aquel, ahorita, en términos factibles era de muerto.
Así de sencillo, aunque parezca demasiado simple, y es que lo es. Ahora, nosotros nos fuimos a alimentar el cuerpo porque la vida continuaba. El muerto ya no podría comer, aunque mucha gente en su buena fe, y mas bien, en un gesto de familiaridad suele colocarles café recién colado, o vasos de agua, y algunos mas osados se van al cementerio a pasar el 24 de diciembre a golpe de la medianoche, o se van a la tumba a recibir con ellos el nuevo año que comienza, y hasta llevan sus comidas en una especie de picnic. Aun así, los muertos no comen. En cambio, los vivos si. Y, nosotros estábamos vivos y teníamos que ir a comer, porque ya era hora.
Definitivamente, los refranes resumen de manera especial y enseñan y catequizan para que la vida sea menos complicada. Cada cultura y cada sociedad tienes sus propios refranes, que no son otra cosa que puro “evangelio chiquito”. A cada situación, un refrán. Cuando la madre quiere que el hijo comprenda que hay que trabajar y que no hay que dormir tanto, le dice en refrán al que madruga, Dios lo ayuda. pero, como el muchacho es flojo entonces, también le contrarefranea a la madre con otro refrán para justificar su flojera, y le dice que no por mucho madrugar, amanece mas temprano. Y, así, cada cual aprende cómo enseñar y cómo defenderse. Entonces, la madre para no dejarse apabullar por su hijo que se las sabe todas y más, acepta que aquella causa, por ahora, está perdida, y busca dar el golpe final con otro refrán, para herir en el orgullo al hijo, para ver si reacciona, y dice con voz conformista, pero lacerante, dice es que “árbol que nace torcido, ni que lo fajen chiquito'. En igual situación estábamos nosotros en aquella tarde, que ya seria la una de la tarde, en la población de San Diego. Y se tenia que utilizar un refrán que nos llevara a interpelarnos a volver a la realidad, en caso que estuviéramos reacios a negarnos a que la vida continuaba, y el refrán perfecto era nada más que ‘el muerto al hoyo, y el vivo al pollo”. Ya la primera parte de ese mismo refrán se acababa de cumplir. Nos tocaba, ahora, a nosotros el pollo. Y, ahí, estábamos sin hacernos del rogar porque el estómago nos estaba diciendo que “amor con hambre, no dura”.
Los parroquianos de la parroquia San Diego habían preparado una sopa de carne para después del sepelio de su párroco. Habría que preguntarse si cuando vivo éste, estarían tan pendientes de si almorzaba, o desayunaba, o si se iba a la cama en la noche con el estómago pegado al espinazo. Eso era, ya, “meterse en camisas de once varas”, y no nos correspondía a nosotros meternos a tan profundo; además, de qué iba a servir a esas alturas de aquellas alturas tan profundas. Ese no era el problema en ese momento, en caso que llegase a ser.
Ahí estábamos, en el pollo, en sentido del refrán. La sopa estaba bien sabrosita, aunque, tampoco se podía negar, por otra parte, que “barriga llena, corazón contento”, a pesar de que hacía pocos momentos, ese mismo corazón estaba hecho pedacitos por lo que acababa de suceder. Y, algunos pedían otro poquito más de sopa, porque es que se trataba de buscar la manera de fortalecer aquel cuerpo humano tan sufrido por tan grande pérdida.
¡¿Quiere un poquito más?! – decía una de las feligresas de la parroquia San Diego que era la que iba repartiendo en envases de diversos tamaños y colores aquella sopa recién hecha, y que en esos momentos ayudaba a superar el dolor. Y, por el buen apetito de algunos, se veía que les había afectado mucho aquella muerte, porque “no aguantaban dos pedidas”, y antes que le repitieran el ofrecimiento, ya habían aceptado una segunda servida de sopa, con casabe, por supuesto. Y, si por la forma de comer se podía sacar la medida en que se quería al muerto, que ya estaba en el hoyo, se podía concluir, sin duda, que el muerto cuando vivo, realmente era muy querido, porque el apetito de aquellos comensales así lo revelaban. Debería sentirse contento el muerto, entonces.
Y, también estaban los curiosos, que ni siquiera conocieron al muerto, pero, para andar parejos, así como habían llorado, ahora, también comían, porque, “lo que es bueno pa’ la pava, es bueno pa’l pavo”. Pero, que, si lo veíamos cristianamente, no era otra cosa que la exacta aplicación de lo que dice San Pablo en una de sus cartas de “alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran” (Rm 12, 15). Y, hacía ratico, ya se había llorado; ahora, se trataba de almorzar con los que almorzaban, en una de “así son las cosas”.
Y, estando en eso, mientras yo conversaba y almorzaba, en una de hacer todo lo posible de hacer dos cosas al mismo tiempo, porque dicen que el hombre, el varón, no puede hacer dos cosas al mismo tiempo, ya que “el hombre no puede mascar chicle y caminar al mismo tiempo”, y eso lo dicen las mujeres para burlarse y sacarle al hombre que ellas son capaces, y lo son, sin duda, de hacer diez cosas a la vez… mientras estaba en eso, se me acercó la prima del padre Chuy que había llegado el día anterior de Trujillo con su mamá y su tío, y me dijo:
¡Qué bonito lo que usted dijo de mi primo, el padre Chuy!
En la mesa del centro de la salita comedor de lo que hacía de “casa parroquial” de San Diego estaba el tío de la prima de Chuy y estaba defendiéndose de cuatro que estaban con él en la mesa almorzando ante la discusión de cómo era posible que en Los Andes venezolanos se comiera caraotas con sal, en vez de con azúcar. Los que no comprendían ese hecho culinario regional que hace la diferencia cultural, me llamaron para que yo hiciera de juez ante este litigio.
¿Es verdad que allá comen caraotas saladas?
Era que el hermano de Chuy les estaba contando cosas de allá, de aquellas tierras, mientras almorzaban. El señor Obispo almorzaba en la mesa de la cocina, y le acompañaban la hermana del difunto, y, también la prima que había regresado a seguir comiendo, y una comitiva en representación de la parroquia de San Diego, mientras que yo había estado comiendo sentado en la orillita de un mueble de entre la cocina y el comedor, y a mi lado unas cuatro señoras que habían venido de otras parroquias. Y, es que, en ese sentido, la diferencia de que el Obispo en la mesa y yo el mueble, en un refrán para una de evangelio chiquito, que “Obispo mata cura”. Y, por eso la representación de la parroquia San Diego estaba almorzando con el jefe.
Y, empezamos a despedirnos. Y, las cosas estaban en sus lugares. El muerto, en el hoyo. Y el pollo…en este caso la sopita de carne…
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