CAPITULO DÉCIMO TERCERO

 

CAPITULO DÉCIMO TERCERO

“NO OS PREOCUPÉIS”


En la liturgia de las horas, que son los rezos que se hacen todos los días, y que se hacen desde un libro preparado por los liturgos para ello, aparece un salmo que se reza todos los días, apenas se comienza el rezo de los laudes. Aunque, como todo va cambiando gracias a la tecnología ya se hace desde el teléfono una vez descargada una aplicación, como, por ejemplo, ePrex. La coloco aquí por si quiere bajar la aplicación y utilizarla. Lo bueno de esta aplicación está, en que una vez descargada, se puede utilizar y abrir sin tener internet.

Decía que en los laudes, que es la oración de la mañana, aparece el recordatorio de lo sucedido en el desierto con el pueblo de Israel, para tener siempre presente que jamás Dios nos abandona, y en caso que se nos olvide, el salmo, desde muy tempranito nos está diciendo que olvidar el sentido de la Providencia es pasar a ser duro de cerviz, o ser de cabeza dura.

Copiemos, justo ahora, el salmo, porque se trata de eso, de no olvidar que Dios provee. Pero, antes digamos que se comienza diciendo lo que yo encuentro que es del salmo 50, salmo que se le atribuye la autoría al Rey David, cuando en el salmo en una angustia más bien desesperada el salmista le pide a Dios, primero, que le perdone la falta cometida, que en su caso, en caso de ser el Rey David el autor, fue lo de Urías el hitita y toda aquella historia y la intervención del profeta Natán que le descubre y saca en cara su patraña al Rey David; entonces, el David, pide perdón, y después le pide a Dios que le abra los labios para proclamar al mundo que ese mismo Dios, es, ciertamente, misericordioso y poderoso. Es cuando dice:

n    Señor, Ábreme los labios.

n    Y mi boca proclamará tu alabanza.

Y, con esa misma petición se comienza todos los días la oración de la mañana en la Liturgia de las horas. No hay mejor manera que comenzar el día, sabiendo, en definitiva, que es Dios quien nos abre los labios para exultarle en alabanzas, y es Él quien en esa alabanza nos lleva a que proclamemos su misericordia. ¡Si eso no es bello, entonces, díganme, qué cosa es la belleza para buscarla! ¡Pero, ya en esa petición, que, a la vez, es una aclamación y una proclamación que Dios es misericordia pura! ¡Más bonito, imposible!

Vayamos al salmo 94 que recoge la iglesia para que lo hagamos todos los días. Dice:

Venid, aclamemos al Señor,

Demos vítores a la Roca que nos salva;

Entremos a su presencia dándole gracias,

Aclamándolo con cantos.

 

Porque el Señor es un Dios grande,

Soberano de todos los dioses:

Tiene en su mano las simas de la tierra,

Son suyas las cumbres de los montes;

Suyo es el mar, porque él lo hizo,

La tierra firme que modelaron sus manos.

 

Entrad, postrémonos por tierra,

Bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

Y nosotros su pueblo,

El rebaño que él guía.

 

Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

Como el día de Masá en el desierto;

Cuando vuestros padres me pusieron a prueba

Y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

 

Durante cuarenta años

Aquella generación me asqueó, y dije:

“Es un pueblo de corazón extraviado,

Que no reconoce mi camino;

Por eso he jurado en mi cólera

Que no entrarán en mi descanso.”»

 

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

Como era en el principio, ahora y siempre,

Por los siglos de los siglos. Amén.

 

De ese mismo salmo 94 se desprende de inmediato el nombre del lugar dónde sucedió la tentación del pueblo de Israel, mientras iban por el desierto. Fue en Masá y en Meribá. El salmo lo recuerda y alerta al mismo tiempo: “No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto”. Ahí está el recordatorio. Ahí sucedió donde olvidaron lo que olvidaron. ¿Y, qué olvidaron? Olvidaron que, “aunque habían visto mis obras”, no se dieron cuenta ni se percataron que jamás Dios los había abandonado, porque de haberlo hecho, se hubieran muerto de hambre. Y, eso, nunca-nunca sucedió; al contrario.

Enseguida, el mismo salmo pone las cosas claras, que ya lo estaban, pero que las vuelve a recordar: “Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino

Lo interesante de todo es que ese salmo, 94, lo coloca la Iglesia, apenas se comienza el día. Por de más de interesante.

n    ¡¿Y, el padre Chuy lo rezaba todos los días?!

No solamente lo rezaba; lo hacía su lema y estilo de vida. Más aún, era su slogan cuando en su español-truijillano, en un acento campesino, lo hacía suyo: “NO OS PREOCUPÉIS”. Y, en ese slogan volvía a evidenciar que en una de abandono a la Providencia, como el niño confía absolutamente en su papá, Chuy, sabía que no se iba a sentir, ni por pensamiento, abandonado de Dios, para hacer una vez más la vivencia de la primera bienaventuranza, en lo de “pobre de espíritu”.

n    ¡¿Entonces, el padre Chuy no tuvo ni cayó en tentación?

Ya me le echó agua caliente a la gata. Ahora sí que la gata ni se va a asomar.

¡Cuídeme la gata, por favor!

Solo para procurar que la gata vuelva, hay que decir, que Jesús tuvo tentaciones. Solo en el desierto, después del bautismo en el Jordán, tuvo tres. Ya con eso se dice mucho.

n    ¡Pero, Jesús no cayó en la tentación!

¿Le puedo hacer una pregunta a estas alturas?

n    ¿Qué le ha hecho de malo la gata, que está empeñado en corrérmela? ¡Tan linda mi gatica!

Para que la gata empiece a regresar, para nuestra tranquilidad.

Y, en Jesús, en ese momento se estaban dando todos los elementos para la tentación: primero, tenía hambre; segundo, estaba en el desierto. Todo estaba facilito para la tentación. Pero, no solo fue en la primera tentación. No. El tener hambre fue la base para las tres tentaciones juntas, porque el punto desde donde comienza todo está en que eran cuarenta días y cuarenta noches sin comer.

 Dice el evangelio (Lucas 4,1-12), que:

Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto,

Durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre.

Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.»

Jesús le respondió: «Esta escrito: No sólo de pan vive el hombre.»

Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra;

Y le dijo el diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero.

Si, pues, me adoras, toda será tuya.»

Jesús le respondió: «Esta escrito: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto.»

Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo;

Porque está escrito: A sus ángeles te encomendará para que te guarden.

Y: En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna.»

Jesús le respondió: «Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios.»

Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno.

 

n    ¿Cuál fue la clave para que Jesús no sucumbiera a la tentación?

Ya veo que está jugando con la gata. Ya vamos ganando. ¡Así es! No me le vaya a pegar ni espantar.

n    La clave estuvo que Jesús no se olvidó. ...tuvo memoria.

Entonces, Jesús contestaba a cada tentación una cita de la Torá, de la Biblia. Ese era el recordatorio. O, sea, que no se me olvidaba que su Padre, o sea, Dios estaba ahí. El evangelista al comenzar este relato de las tentaciones de Jesús dice que “Jesús, impulsado por el Espíritu Santo fue al desierto”, justo después del Bautismo de Jesús en el río Jordán por Juan el Bautista. Son datos claves en ese relato. Entonces, Espíritu Santo y recordatorio son fundamentales, ya que Jesús que iba impulsado por el Espíritu Santo que, a su vez, siempre le iba a recordar que Dios, el Padre, estaba presente en la historia.

n    ¡Imposible, entonces, que Jesús cayera en la tentación!

Imposible, porque jamás se le olvidó.

¡Muy interesante!

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